Mujeres con rodete

domingo, 20 de mayo de 2012

Carlos Fuentes, Laura Díaz y otras mujeres

     Puede que tras las flores moradas de los jacarandás de mi calle, en ese cielo gris y encapotado, esté él. Así que seré respetuosa y le diré que no he leído todos sus libros, solo unos cuantos, que el primero, los relatos de “Cuerpos y ofrendas” me gustó, que en él he encontrado una pegatina que reza: Desaparecidos ¡ni olvido ni perdón!, y una papeleta para un sorteo pro-local de la CNT de 1983. Como me gustó, repetí: “La muerte de Artemio Cruz” me fascinó formalmente:YO, TÚ, ÉL; me embebió su don de memoria histórica. Aprendí que forma y contenido son pareja amorosa que se arropan.
     Pasaron los años y los autores y regresé a él porque un amigo me dijo: Lee “Los años con Laura Díaz”, te va a gustar. Y así fue.

      Laura Díaz tenía una abuela, la abuela Cósima, de quien decían las malas lenguas que había desperdiciado su vida en un amor que no la merecía, el de un bandido romántico. Pero la abuela Cósima veía, sentía, las cosas de otra forma:
      “Laurita, niña -le dijo ya enferma, una vez, como si no quisiera que el secreto se perdiese para siempre-.Vieras qué hombre tan guapo, vieras qué brío, qué arresto...
       No le dijo niña, déjate tentar siempre, no te asustes, no te amilanes, nada sucede dos veces, ni añadió a la gallardía y el brío, la tentación, porque era una señora decente y una abuela ejemplar, pero Laura Díaz, para siempre, guardó en su corazón esas palabras, esa lección que le entregó su abuela. No lo dejes pasar, niña, no lo dejes...
      -Nada se repite...”
      También tenía Laura tías. Una de ellas,
      “... la tía María de la O se acercó a la cama, se sentó y le acarició la cabeza a la muchacha.
      -No te desanimes, niña. Veme no más a mí. A veces has de pensar que mi vida ha sido difícil, sobre todo cuando vivía sola con mi madre. Pero ¿sabes una cosa?, venir al mundo es una alegría, aunque te hayan concebido en medio de la tristeza y de la miseria, quiero decir tristeza y miseria de adentro, más que de afuera; llegas al mundo y tu origen se borra, nacer es siempre una fiesta y yo no he hecho más que celebrar mi paso por la vida, sin importarme un comino de dónde vengo, qué pasó al principio, cómo y dónde me parió mi madre, cómo se portó mi padre... ¿Sabes?, tu abuela Cósima lo redimió todo, pero aun sin ella, sin todo lo que le debo a tu abuela y lo mucho que la adoro, yo celebro al mundo, yo sé que vine al mundo a celebrar la vida, en las duras y en las maduras, niña, y lo voy a seguir haciendo, ...”
       Con el tiempo, Laura se tuvo a sí misma.
      “Él la esperaba y ella imaginó una infinita variedad masculina, la misma que los hombres imaginan en las mujeres pero que a ellas les es prohibido expresar públicamente, sólo en la intimidad más secreta: me gusta más de un hombre, me gustan varios hombres porque soy mujer, no porque sea puta.”
       Quizá porque se tuvo, en su madurez, un hombre la veía así "al separarse del abrazo nocturno, cariñoso, de los amantes":
      “... la miraba desde la cama cuando se arreglaba frente al espejo cada mañana y contrastaba a la mujer aún joven que conoció dos años antes emergiendo de una alberca cuajada de bugambilias a la señora de cincuenta y seis años con el pelo cada vez más canoso, la simplicidad del arreglo de la cabellera larga y entrecana recogida en un chongo en la nuca, despejando aún más la frente límpida y subrayando las facciones angulares, la nariz fina y grande montada sobre un caballete, los labios delgados de estatua gótica. Y todo salvado por la inteligencia y el fulgor de los ojos amarillentos al fondo de las cuencas sombrías.
       La miraba también en los quehaceres de la casa, [...], preparar las comidas, darse duchas prolongadas, sentarse en el excusado, dejar de usar las toallas sanitarias, sufrir de calores relampagueantes,...”
       Ya se lo había dicho años atrás Frida Kahlo a Laura:
      “... la belleza sólo pertenece al que la entiende, no al que la tiene, la belleza no es otra cosa más que la verdad de cada uno de nosotros, (....), a ti te toca entenderla y encontrarla, tu verdad, (...) ¿sabes?, conocernos a nosotros mismos nos vuelve hermosos porque identifica nuestros deseos; cuando desea, una mujer, siempre es bella...”
       Y Carlos Fuentes, cuando escribió esto, no hablaba solo del deseo carnal, sino del amplio deseo de cumplirnos a nosotras mismas, a nosotros mismos.

[Reconocimiento de autoría: "Los años con Laura Díaz", Carlos Fuentes, Alfaguara ed., 1999, Páginas: 36, 91, 362 y 184 respectivamente.]

sábado, 12 de mayo de 2012

La ceguera política: Simone de Beauvoir y Sartre

     Ha pasado casi un siglo, pero cualquiera, a cierta edad o en algún momento de su vida, podría decir lo que Simone de Beauvoir dice de Sartre y de ella en “La plenitud de la vida”:

    “Había que recrear al hombre y esa invención sería en parte nuestra obra. Solamente pretendíamos contribuir a ello mediante nuestros libros. La vida pública nos fastidiaba; pero contábamos con que los acontecimientos se desenvolverían según nuestros deseos sin que tuviéramos que intervenir; sobre ese punto en ese otoño de 1929 compartíamos la euforia de toda la izquierda francesa. La paz parecía definitivamente consolidada; la expansión del partido nazi en Alemania sólo representaba un epifenómeno sin gravedad. [...] Y la crisis, de una excepcional virulencia, que sacudía al mundo capitalista permitía presagiar que esa sociedad no aguantaría mucho tiempo. Ya nos parecía vivir en la edad de oro que constituía a nuestro parecer la verdad oculta de la Historia y que esta se limitaría a revelar.
      Ignorábamos en todos los planos el peso de la realidad. Nos jactábamos de una libertad radical. ...”

      En el párrafo siguiente, llama a su actiud y a la de su compañero “ceguera política”. Unos años después les tocó vivir la Segunda Guerra Mundial. A nosotros nos toca vivir el comienzo del siglo XXI, han pasado de moda las lanzas, los arcabuces, las metralletas. Ahora es más sencillo: manipulación publicitaria, subida de productos básicos, despidos laborales, bonos e hipotecas basura, supresión de derechos sociales, hundimiento de la sanidad y la educación públicas, etc. No hay que desplazar contingentes, se nos meten en casa ellos solos, en el trabajo, en la vida cotidiana: ten miedo a perder tu trabajo, a no tener buena salud, a quienes son diferentes, a perder tu casa... Toma cada día una dosis más de miedo hasta quedar inmovil, tú solo a lo tuyo, lo de todos no existe, eso era antes, queda inmóvil y dócil, que yo sé lo que hay que hacer para remediar las cosas. Tú calladito, que tú no sabes nada. La ceguera política es una enfermedad universal de todos los tiempos, salgamos de nuestro cascarón, digamos lo que tengamos que decir, no nos dejemos contagiar.
     
     ¡Ah, se me olvidaba, me he encontrado a Tía Blasina el 12M con el 15M! ¡Somos, estamos, seremos, estaremos! ¡Y no es contingencia!

[Reconocimiento de autoría: "La plenitud de la vida", Simone de Beauvoir, Edhasa, 1984, pags. 16-17. Título original: "La force de l'àge".]

sábado, 5 de mayo de 2012

Simone de Beauvoir (I). "Las bellas imágenes": cuando una mujer se desanuda de sí misma

     Estoy en las últimas páginas de “Memorias de una joven formal” de Simone de Beauvoir. Había heredado de mi hija unos cuantos libros de ella y un domingo de noviembre, frío y sin gracia, después de terminar el libro que tenía entre manos, sin posibilidad ni ganas de salir a comprar otro, me puse a merodear por el estante de los libros heredados. Unos muy gordos, otros muy flacos y autores que no me apetecían. Simone de Beauvoir, “Una muerte muy dulce”...,“Las bellas imágenes”...,“Cuando predomina lo espiritual” (no, no me siento nada espiritual, pensé). Pero de pronto me acordé que era una de mis asignaturas pendientes de los veintitantos. Muchas mujeres de mi generación la habían leído, yo aún no, quizá fuera el momento. Elegí “Las bellas imágenes”, así por animar la tarde. Y lo comencé, y me lo llevé al metro y al autobús, al sofá y la cama. Me encantó la sencillez con que describía profundas emociones, que si se han vivido, sus palabras son espejo:
  
     “Y también está ese hueco, ese vacío, que hiela la sangre, que es peor que la muerte aunque se lo prefiera a la muerte desde el momento en que uno no se suicida: lo he conocido hace cinco años y aún conservo el espanto que me causó. Y el hecho es que las personas se suicidan (...) porque existe justamente algo peor que la muerte. Eso es lo que da frío en los huesos cuando leemos el relato de un suicidio: no el frágil cadáver colgado de los barrotes de una ventana, sino lo que ha sentido ese corazón, justo antes.” [se dice Laurence]
    
      Pero no sólo en el ámbito de lo privado paran las emociones del personaje. Con enfado, responde a las intelectualidades de su marido:
  
     “-En todo caso, cuando nos cuentan que a los franceses no les faltará de nada... No se necesita consultar a millares de especialistas para saber que dentro de veinte años la mayoría no tendrá aún cuartos de baño puesto que en casi todas las H.L.M. [viviendas de renta limitada] no han instalado sino un mismo cuarto que sirve de cocina y baño.”
     
      Y es que Laurence, la protagonista del libro, está enredada entre lo que ve, siente, sabe, ignora, le ocultan, entre crianza, pasado, presente y atisbo de futuro, enredada entre todo y desanudada de sí misma:
    
     “¿Por qué había decidido hacer el vacío en su vida, ahorrar tiempo, fuerzas, aligerarse el corazón, en tanto que no sabía qué hacer de su tiempo, de sus fuerzas, de su corazón? ¿Una vida demasiado llena? ¿Demasiado vacía? Llena de cosas vacías, ¡qué confusión!”
    
    La historia no termina ni bien ni mal, sencillamente con algo tan cotidiano y a veces tan fundamental y necesario como una toma de decisión.
     Este lo escribió con 58 años, me dije, y volví al estante con la esperanza de que hubiera otra obra de madurez entre los que quedaban. “Una muerte muy dulce” lo había escrito a los 64 años. ¿Pero un libro sobre la muerte, la muerte de su madre? Me armé de valor y lo comencé.
                                                                                                                               (continuaré...) 
                                                                                                                      lescripen@gmail.com 

 [Reconocimiento de autoría: "Las bellas imágenes", Simone de Beauvoir, Ed. Edhasa-pocket- 2004. Páginas 88, 151 y 149, respectivamente. Título original de la obra: "Les belles images".]