The convalescent Gwen John |
Talismán:
Dícese del objeto, a veces con figura o inscripción, al que
se atribuyen poderes mágicos. Así lo define el diccionario. La
escritora Olivia Sudjic nos habla en su ensayo Expuestas de sus
libros talismanes. Me llamó
la atención; paré de inmediato a considerar la idea; yo también he
tenido a lo largo de mi vida libros, y no solo libros, también
autores y autoras -estas más abundantes- que han obrado en mí la
magia de resucitarme de algún letargo, ya fuera emocional,
espiritual o intelectual. Esos letargos que aparecen en la vida de
mano de la monotonía cotidiana, las emociones reprimidas, las
tristezas no resueltas. Esos talismanes son hálitos de vida que
penetran a través de minúsculos símbolos impresos de la mente de
un escribiente remoto en el espacio o el tiempo a la propia mente
anhelenta sin saberlo; o conociendo su anhelo pero no identificándolo
a priori con lo que le va a seducir de este o aquel texto, que en su
lectura se desvela como paliativo o alimento y descubre ese deseo
oculto, resucita esa oscuridad para traerla al borde del pozo y que
se oree y asolee.
Un libro talismán cumple la función de resucitador cuando llega en
el momento justo, en una curiosa encrucijada espacio-temporal en la
que una mano se tiende hacia un título en que la vista se ha quedado
prendida. El hecho de asirlo, de voltearlo para leer la breve reseña
trasera; la acción de abrirlo, de pie, en la librería, en un
momentáneo aislamiento y leer unas pocas palabras, frases, algunos
renglones del comienzo, un párrafo de sus páginas intermedias y,
por pura disciplina, abstenerse de atisbar en las últimas es ya un
acto de fe, de dejarse atraer por ese objeto en el que una intuye que
habrá de sumergirse y abstraerse por horas y días para responder a
la silenciosa llamada que nos ha hecho, para responder a ese impulso,
esa intuición -inteligencia silente y penetrante- que ha llevado la
mirada a él substrayéndola de cualquier otro, que ha ordenado a la
mano sin su permiso: tómalo.
Y la vuelta al hogar, o el retiro a esa plaza o parque predilecto, se
ejecuta en un estado de emoción confusa, reprimiendo la necesidad de
tomar el talismán en plena calle y abrirlo para comenzar a sentir su
influjo; bien es sabido que quien sucumbe a esa necesidad puede
acabar por dar con su frente en una farola o su pie en un mal apoyo.
Después, como si de un regalo se tratara, desenvolvemos las primeras
palabras y líneas con ansiedad y sucumbimos a la alegría, el placer
de nuestro juguete nuevo, aún sin consciencia plena de que habrá de
transmutarse en talismán al cabo de unos párrafos o páginas, pero
con la esperanza, oculta a nosotras mismas, de que así ocurra.
Bella
idea la de Olivia Sudjic, real por añadidura, para quienes amamos
las palabras, ordenadas en forma de ensayos o novelas, distribuidas
para conformar un poema o un drama, extendidas sobre superficies de
papel para narrarnos u ordenarnos el mundo, para conformarlo de forma
inesperada, para solaz de nuestra vista y oídos, para informarnos,
convencernos o sencillamente compartir aquello que un día estuvo en
la mente, las emociones, las tripas de un autor, de una autora, de un
escribiente y que dejó escapar de sus dedos para que se posaran en
un papel o una pantalla de ordenador.