Mujeres con rodete no es una novela, tampoco son relatos independientes, porque las seis protagonistas pertenecen a un mismo orden familiar. ¿Cuál es el origen de este libro?
No
hay un origen único, sino una raíz: la imagen de una tía mía al
fondo de un pasillo ancho donde había una pila de lavar. Ella
lavando en esa pila, de perfil, su pelo cano recogido en la nuca en
un rodete, su expresión apacible. Esa es la imagen primigenia que da
lugar al libro, un recuerdo de mi infancia. Durante muchos años esa
figura familiar, no sé por qué razón, me pedía la palabra;
después aparecieron otras siluetas familiares que empezaron a
reclamarme lo mismo. No comencé a escribir el manuscrito hasta
diciembre de 2016, sin embargo, he hallado posteriormente y por
casualidad textos de 2011, incluso anteriores, en que hablo de las
protagonistas, o ellas hablan, todavía a caballo entre la realidad y
la ficción. Aunque quiero aclarar que el resultado de todo ese proceso es pura ficción.
Y está el origen del origen concreto, que tiene que ver con el permiso y la reivindicación. Con el permiso para hablar de lo cotidiano y la reivindicación de unas vidas invisibles; también con cierta necesidad de resarcir.
No sé si está muy de moda hablar de vidas cotidianas sin grandes tragedias ni dramas, sin heroínas...
No son heroínas, ni antiheroínas. Ni blanco ni negro. Es demasiado cansado ver como cada día en nuestra vida cotidiana nos quieren vender dicotomías a cuento de todo, sin embargo, el día a día va del negro al blanco pasando por los grises y tiñéndose multicolor. Lo cotidiano está lleno de gente corriente invisible. Yo he querido hacer visible a unas mujeres normales y corrientes de una determinada época. Mujeres con las que el resto tenemos o no puntos en común salvando las distancias temporales, porque a veces tengo la sensación de que nuestra sociedad no ha avanzado tanto como creemos, o nos quieren hacer creer en algunos momentos. Aún seguimos anclados en algunos aspectos a una moral social arraigada desde hace demasiado.
¿Por ejemplo?
Se me ocurren muchos, pero uno en concreto que tiene que ver con las mujeres y la superación de sus situaciones dolorosas y sus grandes pérdidas: cuando se proponen salir adelante teniendo proyectos propios, nuevas relaciones emocionales, diversión, alegría... Por un lado se les dice: eso está bien, tienes que superarlo; por otro se las juzga como putas, díscolas, frescas, descastadas, egoístas... El rol de sufriente silenciosa y abnegada, cuyo deber parece ser perder la alegría de vivir, sigue presente en nuestro imaginario común.
Y ya que mencionamos épocas anteriores, todas ellas viven la Guerra Civil, pero solo parece rozarlas...
Si nos referimos a la guerra en sí, forman parte de la población que no la sufrió de forma más cruenta, pero la dictadura que la siguió está presente en sus vidas como en la de una gran mayoría de personas. Hay muchas violencias: unas bestiales y sangrientas, otras imperceptibles, cotidianas, que van calando poco a poco hasta que empapan toda la vida.
A través del trabajo con neolectoras de edad avanzada y no tanto, dialogando sobre sus vidas, y el recuerdo de otras mujeres de mi infancia es muy penoso e indignante comprobar las condiciones en que vivían: sus privaciones, humillaciones, situaciones de maltrato... Sorteándolas sobrevivieron y vivieron, la mayoría no se arredró. Ellas no son excepciones, sino botones de muestra de una época muy negra de nuestro país y nuestra tierra. Se ha desperdiciado, desdeñado, inteligencias y creatividades maravillosas, sobre todo entre las mujeres. Un dato sobre alfabetización que aparece en Amparo no es ficticio. Las alumnas siempre me han expresado con mucha claridad lo que era norma: para qué necesitas aprender a leer y escribir si te vas a casar, con que tu marido sepa ya es bastante. Es escalofriante a mucho niveles, no solo el educativo.
¿Cuánto hay de autobiográfico en Mujeres con rodete?
No
tanto como más de una persona pueda suponer. La sociedad y el
contexto concreto asignaban un rol a esas mujeres y de ahí no te
muevas, y yo quería removerlas, descolocarlas, para eso necesitas la
ficción. Por otra parte, pienso que no se escribe desde la nada, que
escribimos desde quienes somos y desde donde estamos vitalmente, y
eso implica un lugar, una época, una crianza, un entorno, una forma
de ser, de ver el mundo... Además la creación tiene su parte de
recreación, de aleación tamizada de personas y experiencias propias
o ajenas, personales, sociales... En este libro en concreto, algunas
cosas que se cuentan son ciertas para mi memoria, pero ya sabemos que
la memoria es de muy poco fiar: elabora y reelabora, se balancea
entre la realidad vivida y la imaginación que adorna o recrudece
hechos, palabras, sensaciones con el paso de los años, y a los
recuerdos propios añade los que otros nos aseguran que son los
veraces... Una amalgama difícil de rastrear...
Como autora, ¿le coge cariño a los personajes?
De alguna manera sí, haces vida con ellos durante meses o años. Hagan lo que hagan son de la familia durante un tiempo. Y también respeto, no dejan que los manipules, son quienes son. Una de las protagonistas cuando quise ponerle un cigarrillo en los labios se negó en rotundo: no pensaba estropear su color labial ni que el aliento le oliera a tabaco. Tampoco dejan que los lleves por el camino que se te antoje, se plantan y dicen: de eso nada, ¿tan poco me conoces?
Las ilustraciones tienen un estilo muy personal.
Sí, es un precioso regalo que me ha hecho mi hija, Candela Poó. Están en una hermosa armonía con el texto.
¿Nos dejas leer la primera página de tu libro?
Sí, con mucho gusto.
"Lo único que tenían en común la tía Paquita, la tía Amparo y la tía Adelina es que no eran mis tías. Paquita era cuñada de mi tía Lola; Amparo, de mi tío Esteban y la tía Adelina era la cuñada de mi tío Manuel.
La familia de mi padre era muy extensa, una docena de hermanos y hermanas sin contarlo a él, que era el más pequeño y el que salió más tarde del nido, precisamente por ambas razones a todos sus hermanos y hermanas les había dado tiempo de tener una buena cantidad de hijos como prescribía la santa madre Iglesia. Así pues durante mi infancia, en la década de los sesenta, estuve rodeada de lo que para mí eran muchos señores y señoras mayores a los que tenía que llamar tíos y tías, una era parentela carnal, otra parentela política y había tres tías que yo no entendía lo que eran, pero las llamaba tía Adelina, tía Amparo y tía Paquita. De mis tías Soledad, Lucía y Natividad sabía que eran hermanas de mi padre. De todas ellas, en realidad, sabía muy poco."
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