Mujeres con rodete

sábado, 6 de marzo de 2021

8 de marzo: Rosario Bravo y las páginas ocultas

Detalle del cuadro 

Una dama escribe una carta con su sirvienta 

Johannes Vermeer (1671)

 

 -¿Y esta libreta?

-¡Y yo qué puñetas sé, tírala!

Pudo haber ocurrido así, o no.

Una equivocación en la dirección de un desahucio y Rosario Bravo se ha quedado sin sus enseres: muebles, joyas, fotos familiares,... su dietario...

Dice el artículo periodístico que el dietario lo "guardaba cuidadosamente bajo la almohada de su cama", que lo "llevaba escribiendo desde hacía siete años".

¿Qué escribía Rosario en su dietario? 

Quizá las alegrías y penas cotidianas, emociones guardadas para que la familia no se preocupara, acaso travesuras de infancia o tiernos recuerdos de adolescencia, o el conteo de una sociedad actual vista con unos ojos que ven más allá; puede que su dietario fuera sus memorias, la memoria de su familia, acaso la de esa época gris y tenebrosa que nuestro país no se atreve a mirar cara a cara, a aceptar; o solo anécdotas de cada día, de vecindario y mercado, de calle y plazoleta. O de todo un poco.

 

¿Letra menuda, redondeada o picuda? ¿Renglones amplios, apiñados o serenos? ¿Prefería lo conciso, la sencillez de lo directo y nítido, la enumeración o la metáfora cotidiana, quizá las simbólicas? ¿Un lenguaje cotidiano o culto, de palabras usuales o escogidas?

Un dietario es un libro silencioso; con sus personajes, su trama, su estilo hilvanados en la soledad de la mesa camilla o arropados por la manta de la cama. Un dietario es un libro sin lector, solo lo leen los duendes que lo habitan. Las páginas de un dietario claman, chillan, saltan de alegrían, lloran con desconsuelo, rabian y rasgan, enumeran y narran, añoran, desean... Un dietario es un libro sellado por la intimidad de su autoría.

A lo largo de la historia se han publicado los diarios de escritoras y escritores reconocidos, la gran mayoría espulgados de todo aquello que revelaría a sus autores y a todos nosotros como quienes somos a través de nuestras cuitas más secretas, es decir, seres humanos.

Y ahora imaginen ustedes, un desahucio o una mudanza en casa de Virginia Woolf, Sylvia Plath, Gide o Pessoa:

-¿Y con esta libreta qué hacemos?

-¡Y yo qué puñetas sé, tírala!

Solo la imagen, la apariencia, el renombre, la fama protegen las palabras de su destino oscuro. La palabra de una mujer desconocida, Rosario, no merecía valor ni aprecio; la experiencia íntima de Rosario, su relación con el mundo, con ella misma, esencia de su palabra no merecía ser tenida en cuenta ni delicadeza alguna.

Los diarios, los dietarios son una forma de memorialismo, no tienen sexo; sin embargo, se ha asociado y se asocia la escritura de un diario a lo femenino, a la mujer, a lo blando y sentimental y por lo tanto, en esta sociedad patriarcal en que vivimos: cosa de mujeres, para echar el rato, para entretenerse. Y se vacía la palabra de la mujer de todo significado para entender y comprender nuestro mundo, no se le da valor de significante que refleja y reelabora la vida. Y por ende, a los dietarios, sean de mano femenina o masculina, se los relega al estatus de palabra intrascendente, obviando así que primero fue la palabra y luego llegó la literatura.