Niña leyendo Pierre-Auguste Renoir
Solo llevo cuatro capítulos de Los Pazos de Ulloa:
Con el primero me reí. Qué humor, qué socarrona doña Emilia.
El segundo se me agarró al estómago y me lo retorció, y a la altura del cuarto exclamé "Esto es Cumbres Borrascosas en versión española".
Algo así como si doña Emilia hubiese visitado la mencionada finca, y la mugre, la crueldad cotidiana y el desamparo los hubiera rumiado en el camino de vuelta y se hubiera dicho "Pues de eso también tenemos por acá".
Pero doña Emilia te hace sonreír, te da una de cal y otra de arena ¡pobre curita que se queda empantanado entre pliegos, papeles y pergaminos!
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Cuando terminé de releer Middlemarch, me dio coraje que no tuviera otras mil páginas -cosa que no me ocurrió la primera vez- pues ya puesta ¿qué más le daba a la señora Evans/Eliot? Me convierte en una cotilla inconmensurable, todo el día rabiando por tomar el libro y averiguar qué pasa con fulanito o menganita y ¡hay que ver el tiempo que hace que no me cuenta nada de zutanita ni perenganito! Y ahí mismo, a vuelta de página, como si me hubiera leído el pensamiento, zas, me los planta de nuevo para que no les pierda el hilo.
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Lo que no le perdono a la señora Evans/Eliot es que acabase El molino del Floss como lo hizo. Así que te vas encariñando con Maggi y cuando parece que su vida, fiel a su época, puede tener las salidas tales o cuales -unas contraviniendo la moral social, otras adaptándose a ella- va y XXX (que no está bien desvelar finales). Me dolió mucho, señora Evans/Eliot, me pareció artificioso, traído por los pelos, quitarse de en medio de una toma de decisiones. Bien es cierto que el final puede tener una dimensión simbólica a la que me resisto, pero como encabezo: hereje e ignorante.
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Y hablando de finales, otro que me dejó algo perpleja, aunque no para mal, fue el de Villette, de Charlotte Brontë: apáñeselas el estimado o estimada lector o lectora y piense lo que quiera cuando cierre el libro. En una de sus biografías leí que su padre y el editor clamaban ¡No puedes acabarla así! y ella erre que erre, que sí, que así lo veo. Al final parece que se lo pensó y ni pa'ti ni pa'mí. Tampoco está mal que a los lectores nos dejen proseguir, elegir.
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Mi año lector lo comencé con la relectura -¿cuántas veces ya?- de La plaza del Diamante. Qué bellezón, qué frases, qué mimo, qué armonía, qué sencillez, qué expresividad. Cuando lo terminé me quedé en un limbo ¿y ahora, qué leo que me satisfaga? Me costó destetarme del libro. Señora Rodoreda, muchas gracias por haberse sentado a mi lado a contarme esta historia.
P.D.: Y todo esto a cuento de que no tengo nadie con quien hablar de lo que leo.