Cuenta
Emma Alies en su volumen de reflexiones sobre la vida cotidiana
“Día-río” que:
“Hace
más de dos décadas, un amigo me dijo: Ríes poco y no tienes
sentido del humor. Tres años después no volví a saber nada de él.
Aquello causó en mí un dolor que no quería reconocer y escapé del
llanto comprándome “El libro de la risa y el olvido” de Milan
Kundera. Ni me reí ni olvidé. No sabía hacer esas cosas y además
ignoraba que no se podían aprender en los libros. Pasaron muchos
años, y en ellos aprendí a olvidar, recuperé el sentido de la risa
de mi infancia y confundí el sentido del humor con la ironía y el
sarcasmo, pero no re-aprendí el sentido del llanto, tan bien
ejercido y con tanto acierto en mi adolescencia y primera juventud.
También compré libros: “Una pena en observación”, de C. S.
Lewis y “Diario de duelo” de Roland Barthes. La estrategia surtió
efecto, lloré, mucho, saqué muchas lágrimas por mis ojos. Pero aún
no había re-aprendido a llorar. Hubieron de pasar sobre mí años de
desconcierto y sequía, años desnortados y desnudos, para que
alejara los libros de mi cuerpo y me acercara a él. Para que la
vergüenza, esa tara humana inventada ancestralmente por algunas
religiones, me devolviera a la niñez y sus recovecos. Sentada en mi
sillón durante meses, incapaz de algo más que mirar por la ventana,
alimentarme y dormir a duras penas, comencé a leer el libro de mi
cuerpo y el libro de mi vida desde una foto pegada a la pared. Y así,
pasado un tiempo, lectora neonata y perseverante, comencé a
desgranar, a deshojar, desflorar y entrañar sus hojas hasta sonreír
y sonreírme, hasta alcanzar la mal-vista risa estrepitosa de una
mujer madura y la sonrisa de la comisura de la mirada, hasta llorar
con lágrimas gruesas de sal por lo propio y lo ajeno, lo nimio y lo
perverso, hasta aprender a fundir ese río con la comisura de mis
ojos. Ahora re-leo ese libro con frecuencia para no olvidar, pero,
sobre todo, para no olvidar-me.”
“Día-río”
es un volumen de confidencias y reflexiones sobre la vida cotidiana y
textos de autores varios. Cuenta la autora en un aparte, que nunca
tuvo intención de mantener un diario, sin embargo escribía con
frecuencia sobre su vida y lo que leía, a modo de exorcismo de
sinsabores vitales, por lo que aquellas páginas pasaron a recoger,
de alguna forma, el río de su vida, o al menos, "algún que otro
afluente". Además, comenta ella misma:
“Tenía la pretensión en sus inicios de
que ese 'río' fluyera para llegar a ser verbo en mi vida. En la
actualidad, guardo para mí otra perspectiva: los días se enlazan en
red, y, en ellos y por ellos, fluyen tanto la vida como la palabra,
propia y de otros, oída, leída, liada, entrevista, ... o más
bien la palabra-vida-vivida, río-red, y, aparte de todo esto, que puede
parecer un galimatías, río, lloro y río con lágrimas o lloro
entre risas, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo, el potente flujo
interior hecho materia: sonidos más o menos escandalosos, formación de patas de gallo y agua
salada.”