Puede que tras las flores moradas de los jacarandás de mi calle, en ese cielo gris y encapotado, esté él. Así que seré respetuosa y le diré que no he leído todos sus libros, solo unos cuantos, que el primero, los relatos de “Cuerpos y ofrendas” me gustó, que en él he encontrado una pegatina que reza: Desaparecidos ¡ni olvido ni perdón!, y una papeleta para un sorteo pro-local de la CNT de 1983. Como me gustó, repetí: “La muerte de Artemio Cruz” me fascinó formalmente:YO, TÚ, ÉL; me embebió su don de memoria histórica. Aprendí que forma y contenido son pareja amorosa que se arropan.
Pasaron los años y los autores y regresé a él porque un amigo me dijo: Lee “Los años con Laura Díaz”, te va a gustar. Y así fue.
Laura Díaz tenía una abuela, la abuela Cósima, de quien decían las malas lenguas que había desperdiciado su vida en un amor que no la merecía, el de un bandido romántico. Pero la abuela Cósima veía, sentía, las cosas de otra forma:
“Laurita, niña -le dijo ya enferma, una vez, como si no quisiera que el secreto se perdiese para siempre-.Vieras qué hombre tan guapo, vieras qué brío, qué arresto...
No le dijo niña, déjate tentar siempre, no te asustes, no te amilanes, nada sucede dos veces, ni añadió a la gallardía y el brío, la tentación, porque era una señora decente y una abuela ejemplar, pero Laura Díaz, para siempre, guardó en su corazón esas palabras, esa lección que le entregó su abuela. No lo dejes pasar, niña, no lo dejes...
-Nada se repite...”
También tenía Laura tías. Una de ellas,
“... la tía María de la O se acercó a la cama, se sentó y le acarició la cabeza a la muchacha.
-No te desanimes, niña. Veme no más a mí. A veces has de pensar que mi vida ha sido difícil, sobre todo cuando vivía sola con mi madre. Pero ¿sabes una cosa?, venir al mundo es una alegría, aunque te hayan concebido en medio de la tristeza y de la miseria, quiero decir tristeza y miseria de adentro, más que de afuera; llegas al mundo y tu origen se borra, nacer es siempre una fiesta y yo no he hecho más que celebrar mi paso por la vida, sin importarme un comino de dónde vengo, qué pasó al principio, cómo y dónde me parió mi madre, cómo se portó mi padre... ¿Sabes?, tu abuela Cósima lo redimió todo, pero aun sin ella, sin todo lo que le debo a tu abuela y lo mucho que la adoro, yo celebro al mundo, yo sé que vine al mundo a celebrar la vida, en las duras y en las maduras, niña, y lo voy a seguir haciendo, ...”
Con el tiempo, Laura se tuvo a sí misma.
“Él la esperaba y ella imaginó una infinita variedad masculina, la misma que los hombres imaginan en las mujeres pero que a ellas les es prohibido expresar públicamente, sólo en la intimidad más secreta: me gusta más de un hombre, me gustan varios hombres porque soy mujer, no porque sea puta.”
Quizá porque se tuvo, en su madurez, un hombre la veía así "al separarse del abrazo nocturno, cariñoso, de los amantes":
“... la miraba desde la cama cuando se arreglaba frente al espejo cada mañana y contrastaba a la mujer aún joven que conoció dos años antes emergiendo de una alberca cuajada de bugambilias a la señora de cincuenta y seis años con el pelo cada vez más canoso, la simplicidad del arreglo de la cabellera larga y entrecana recogida en un chongo en la nuca, despejando aún más la frente límpida y subrayando las facciones angulares, la nariz fina y grande montada sobre un caballete, los labios delgados de estatua gótica. Y todo salvado por la inteligencia y el fulgor de los ojos amarillentos al fondo de las cuencas sombrías.
La miraba también en los quehaceres de la casa, [...], preparar las comidas, darse duchas prolongadas, sentarse en el excusado, dejar de usar las toallas sanitarias, sufrir de calores relampagueantes,...”
Ya se lo había dicho años atrás Frida Kahlo a Laura:
“... la belleza sólo pertenece al que la entiende, no al que la tiene, la belleza no es otra cosa más que la verdad de cada uno de nosotros, (....), a ti te toca entenderla y encontrarla, tu verdad, (...) ¿sabes?, conocernos a nosotros mismos nos vuelve hermosos porque identifica nuestros deseos; cuando desea, una mujer, siempre es bella...”
Y Carlos Fuentes, cuando escribió esto, no hablaba solo del deseo carnal, sino del amplio deseo de cumplirnos a nosotras mismas, a nosotros mismos.
[Reconocimiento de autoría: "Los años con Laura Díaz", Carlos Fuentes, Alfaguara ed., 1999, Páginas: 36, 91, 362 y 184 respectivamente.]
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