Hoy
miro el tiempo, sin mirar el reloj, y me acuerdo de una entrada que
tengo señalada en el libro de Emma Aliés “Día-río”:
“Me fascina la idea de tiempo en el ser humano, al menos en nuestra
cultura, no hay noción más subjetiva que esa, tanto como
exhaustivamente milimetrada: minutos, segundos, nanosegundos... Quizá
ese empeño desmedido por medir proviene del pánico a lo
ingobernable, a lo inasible, a todo aquello que se nos escapa de las
manos ¿a velocidad? y sin control alguno por nuestra parte. Vida,
tiempo y muerte se vinculan tan intrínsecamente... Por supuesto, eso
siempre lo descubrimos tarde, quizá por la propia sabiduría de la
vida, que no quiere abrumarnos con sensateces y nos deja tranquilos
con nuestras locuras culturales y antropológicas, máscaras sociales
de supervivencia.”
Cierra
esta entrada, un par de páginas después, el poema Minuto sin reloj:
El minuto al cabo de la hora y el día,
el minuto de antes y después,
el miedo al minuto,
la duda y la incertidumbre,
el minuto blando,
el minuto del susto y el llanto,
el minuto -diminuto-
que se escapa, que dejo escapar.
El minuto que se escurre,
el que no quiero y transcurre en sesenta segundos,
el que huyó y no miró atrás,
el minuto que tropezó y cayó
-por mirar hacia atrás-.
El minuto y la nube,
el minuto y el pájaro,
la bestia del minuto,
sus dientes amarillos
y su pelaje de carbón,
el minuto dulce de sonrisa.
La hora sentada en una silla
esperando el desfile de los minutos:
para levantarse:
para irse sin mirar atrás,
para dejarnos sentados en su silla de horas y minutos:
para que contemos:
los que faltan, los que se fueron.
Hasta que llegue el silencio.
Pero
no siempre el tiempo es tan pequeñito, ahora, con los ojos del
balcón me pregunto ¿por qué debo esperar a los últimos
días de marzo para celebrar la primavera cuando ya están las
palomas arrullándose en la baranda y comenzando a florecer mis
macetas, apenas comenzado el mes? Aún conservo doblada la esquina de
la página donde Thomas Mann pone en boca de Hans Castorp, uno de los
personajes de “La montaña mágica”:
“En invierno, los días se alargan y en cuanto llega el más largo
del año, el veintiuno de junio, el principio del verano, se invierte
el proceso, y los días se van acortando a medida que se avanza hacia
el invierno. […] Pensar que el inicio del invierno en realidad es
el inicio de la primavera, y que cuando empieza el verano, en
realidad empieza el otoño...”
Y
me alegro de que la primavera ya haya llegado en diciembre.
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