Mujeres con rodete

domingo, 10 de marzo de 2013

Los ojos del tiempo (Día-río II)

        Hoy miro el tiempo, sin mirar el reloj, y me acuerdo de una entrada que tengo señalada en el libro de Emma Aliés “Día-río”:

“Me fascina la idea de tiempo en el ser humano, al menos en nuestra cultura, no hay noción más subjetiva que esa, tanto como exhaustivamente milimetrada: minutos, segundos, nanosegundos... Quizá ese empeño desmedido por medir proviene del pánico a lo ingobernable, a lo inasible, a todo aquello que se nos escapa de las manos ¿a velocidad? y sin control alguno por nuestra parte. Vida, tiempo y muerte se vinculan tan intrínsecamente... Por supuesto, eso siempre lo descubrimos tarde, quizá por la propia sabiduría de la vida, que no quiere abrumarnos con sensateces y nos deja tranquilos con nuestras locuras culturales y antropológicas, máscaras sociales de supervivencia.”

           Cierra esta entrada, un par de páginas después, el poema Minuto sin reloj:

El minuto al cabo de la hora y el día,
el minuto de antes y después,
el miedo al minuto,
la duda y la incertidumbre,
el minuto blando,
el minuto del susto y el llanto,
el minuto -diminuto-
que se escapa, que dejo escapar.

El minuto que se escurre,
el que no quiero y transcurre en sesenta segundos,
el que huyó y no miró atrás,
el minuto que tropezó y cayó
-por mirar hacia atrás-.

El minuto y la nube,
el minuto y el pájaro,
la bestia del minuto,
sus dientes amarillos
y su pelaje de carbón,
el minuto dulce de sonrisa.

La hora sentada en una silla
esperando el desfile de los minutos:
para levantarse:
para irse sin mirar atrás,
para dejarnos sentados en su silla de horas y minutos:
para que contemos:
los que faltan, los que se fueron.
Hasta que llegue el silencio.
 
             Pero no siempre el tiempo es tan pequeñito, ahora, con los ojos del balcón me pregunto ¿por qué debo esperar a los últimos días de marzo para celebrar la primavera cuando ya están las palomas arrullándose en la baranda y comenzando a florecer mis macetas, apenas comenzado el mes? Aún conservo doblada la esquina de la página donde Thomas Mann pone en boca de Hans Castorp, uno de los personajes de “La montaña mágica”:

“En invierno, los días se alargan y en cuanto llega el más largo del año, el veintiuno de junio, el principio del verano, se invierte el proceso, y los días se van acortando a medida que se avanza hacia el invierno. […] Pensar que el inicio del invierno en realidad es el inicio de la primavera, y que cuando empieza el verano, en realidad empieza el otoño...”

              Y me alegro de que la primavera ya haya llegado en diciembre.


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