Detalle del cuadro Una dama escribe una carta con su sirvienta Johannes Vermeer (1671) |
-¿Y esta libreta?
-¡Y yo qué puñetas sé, tÃrala!
Pudo haber ocurrido asÃ, o no.
Una equivocación en la dirección de un desahucio y Rosario Bravo se ha quedado sin sus enseres: muebles, joyas, fotos familiares,... su dietario...
Dice el artÃculo periodÃstico que el dietario lo "guardaba cuidadosamente bajo la almohada de su cama", que lo "llevaba escribiendo desde hacÃa siete años".
¿Qué escribÃa Rosario en su dietario?
Quizá las alegrÃas y penas cotidianas, emociones guardadas para que la familia no se preocupara, acaso travesuras de infancia o tiernos recuerdos de adolescencia, o el conteo de una sociedad actual vista con unos ojos que ven más allá; puede que su dietario fuera sus memorias, la memoria de su familia, acaso la de esa época gris y tenebrosa que nuestro paÃs no se atreve a mirar cara a cara, a aceptar; o solo anécdotas de cada dÃa, de vecindario y mercado, de calle y plazoleta. O de todo un poco.
¿Letra menuda, redondeada o picuda? ¿Renglones amplios, apiñados o serenos? ¿PreferÃa lo conciso, la sencillez de lo directo y nÃtido, la enumeración o la metáfora cotidiana, quizá las simbólicas? ¿Un lenguaje cotidiano o culto, de palabras usuales o escogidas?
Un dietario es un libro silencioso; con sus personajes, su trama, su estilo hilvanados en la soledad de la mesa camilla o arropados por la manta de la cama. Un dietario es un libro sin lector, solo lo leen los duendes que lo habitan. Las páginas de un dietario claman, chillan, saltan de alegrÃan, lloran con desconsuelo, rabian y rasgan, enumeran y narran, añoran, desean... Un dietario es un libro sellado por la intimidad de su autorÃa.
A lo largo de la historia se han publicado los diarios de escritoras y escritores reconocidos, la gran mayorÃa espulgados de todo aquello que revelarÃa a sus autores y a todos nosotros como quienes somos a través de nuestras cuitas más secretas, es decir, seres humanos.
Y ahora imaginen ustedes, un desahucio o una mudanza en casa de Virginia Woolf, Sylvia Plath, Gide o Pessoa:
-¿Y con esta libreta qué hacemos?
-¡Y yo qué puñetas sé, tÃrala!
Solo la imagen, la apariencia, el renombre, la fama protegen las palabras de su destino oscuro. La palabra de una mujer desconocida, Rosario, no merecÃa valor ni aprecio; la experiencia Ãntima de Rosario, su relación con el mundo, con ella misma, esencia de su palabra no merecÃa ser tenida en cuenta ni delicadeza alguna.
Los diarios, los
dietarios son una forma de memorialismo, no tienen sexo; sin embargo, se ha asociado y se asocia la escritura de un diario a lo
femenino, a la mujer, a lo blando y sentimental y por lo tanto, en
esta sociedad patriarcal en que vivimos: cosa de mujeres, para
echar el rato, para entretenerse.
Y se vacÃa la palabra de la mujer de todo significado para entender
y comprender nuestro mundo, no se le da valor de significante que
refleja y reelabora la vida. Y por ende, a los dietarios, sean de mano femenina o masculina, se los relega al estatus de palabra intrascendente, obviando asà que primero fue la palabra y luego llegó la literatura.
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